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Imagen tomada de la red |
Cuando llueve ceniza,
papá se comporta de un modo extraño. Sonríe
como los bobos y se sobresalta por nada. Sale a la terraza, comprueba si ha
parado. A menudo recoge un pellizquito de polvo gris, lo olisquea entre
los dedos, inspirando profundamente, y lo esconde en el bolsillo del chaquetón.
A
mamá, en cambio, le encanta la lluvia de pétalos. Cuando era pequeño
cualquier ocasión era buena para cubrir las aceras. Si tenía un nuevo
amigo, si me comía toda la fruta, nos asomábamos juntos por mi ventana y
dejábamos caer aquella tormenta suave de colores. Ahora sólo baja los
sábados de mayo a llorar a las novias desde el primer banco del parque.
“Te llueven los ojos” le digo, y ella sonríe un poco.
Algo
tendrá la lluvia. Mi favorita es la que moja, la lluvia de invierno que
barre las calles, la que azota, la que me limpia la cara mientras miro hacia
arriba con la boca abierta, la que revive las flores, la que consigue apagar
esos fuegos que enciende papá.
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Queridos cuentistas y amigos,
Mis días siguen siendo igual de cortos pero os he echado de menos.
Vuelvo con la sensación de que no he logrado organizarme del todo, aunque me he pintado en la muñeca un reloj y creo que funciona :-)