Cuando vimos la nieve sobre Toledo por primera vez, papá cambió de estrategia. Nos llevó a la Plaza de Zocodover, para que escucháramos atentamente. Yo oía tiritar a mi hermano y el gemido sordo de la nieve bajo alguna pisada, pero él pensaba que la blancura era otra señal de mamá. Era divertido, a veces. Fue una nevada histórica que duró semanas. Cada día nos llevaba al mismo punto exacto, al corazón de la ciudad, decía, y nos pedía que permaneciéramos muy quietos, con los ojos cerrados bajo las cejas blancas, escuchando. A nosotros nos entraba la risa cuando le observábamos a hurtadillas y le veíamos con la cara vuelta al cielo entre miles de copos, murmurando. Creo que también lloraba.
Una vez mi hermano se cayó mientras jugábamos a escuchar. Primero se había quedado muy quieto, sin temblar, y de repente estaba tirado en el suelo. Papá lo cogió en brazos deprisa y nos llevó a casa. Puso un buen montón de leña en la chimenea y lo acostó con cuidado. Cuando despertó, estaba ardiendo y dijo que la había visto, a mamá. Mi padre le besó en la frente y negó despacio, con la cara mojada.
Imagen: www.20minutos.es
*Este micro tiene relación con Señales, el que publicó mi querida Rosana en su blog Explorando Lilliput (es una continuación descarada de aquel). Envié los dos al mismo concurso pero no pudo ser ;-), así que lo dejo aquí. Abrazos
(AH, FELIZ CUMPLEAÑOS ANE )