domingo, 25 de octubre de 2015

LA LLAMADA DEL AIRE






Si los pájaros estallaban en vuelo todos corríamos también. 
Algunos chicos mayores montaban aparatos extraños, de ruedas enormes, que lanzaban graznidos acompañando el estruendo de las aves.  Nosotros, los más pequeños, solo corríamos sin parar, sin hacer caso de la sangre en los dedos, cada vez más deprisa, batiendo los brazos como el resto. 
Cuando había suerte, uno se desplomaba de repente.  Los demás nos parábamos a su alrededor, mudos de respeto y envidia.  Y cuando estaba claro que ya no despertaría, lo buscábamos en el cielo con los ojos fijos.  Por fin, volvíamos despacio al calor ciego del campamento.  Otra vez será, nos decíamos.  A lo mejor nos toca, quién sabe, tras la próxima señal.