La señal
No pudo evitar mirar de reojo la
puerta del apartamento. En una esquina había una marca rosada en forma de
cometa, de diseño idéntico al tatuado en el rostro de las víctimas.
El comandante no le permitía vigilar a su vecina en horas de servicio, pero apenas dejó de pensar en todas ellas, tan apacibles, tan similares. Las habían encontrado en sus camas, deslumbrantes, con el cabello colocado como una estela astral sobre la almohada y las cabezas separadas de los cuerpos desnudos.
El comandante no le permitía vigilar a su vecina en horas de servicio, pero apenas dejó de pensar en todas ellas, tan apacibles, tan similares. Las habían encontrado en sus camas, deslumbrantes, con el cabello colocado como una estela astral sobre la almohada y las cabezas separadas de los cuerpos desnudos.
Cuando
acabó su turno subió la escalera a saltos, temblando. “¡Eva!” llamó. La
empuñadura del cuchillo le parecía más fría esa noche.
Premeditación
No pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento mientras se quitaba la camisa blanca y el sujetador frente a la casa de Don Alfredo. Se colocaba el top plateado sin prisa, disfrutando del tejido. Los pezones se apreciaban como si fuera desnuda, así que ella subía los brazos y se arreglaba la coleta durante dos largos minutos. Si tenía suerte, puede que él le fuera con el cuento a mamá. Y ella, quién sabe, quizá la mirara dos veces por haber escandalizado al bueno del párroco.
No pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento mientras se quitaba la camisa blanca y el sujetador frente a la casa de Don Alfredo. Se colocaba el top plateado sin prisa, disfrutando del tejido. Los pezones se apreciaban como si fuera desnuda, así que ella subía los brazos y se arreglaba la coleta durante dos largos minutos. Si tenía suerte, puede que él le fuera con el cuento a mamá. Y ella, quién sabe, quizá la mirara dos veces por haber escandalizado al bueno del párroco.
Al otro
lado de la mirilla Don Alfredo dejaba caer el pantalón hasta los tobillos.