Imagen tomada de aquí |
Desde que tapiamos las ventanas
Elisa duerme mucho mejor. A veces nos
preocupa que se pierda algo, que sólo bucee en esa siesta mansa y callada, en
lugar de zamparse dos magdalenas de chocolate y un helado en cualquier fiesta
infantil.
Pero la oscuridad, es evidente, ha
hecho milagros como terapia. Ya no despierta
a los vecinos con sus gritos, no balbucea ni parece mirar a través de la pared.
No intenta saltar. Cuando me siento en su cama, me contesta
obediente y se arropa de nuevo para volver a la calma oscura del sueño. Me deja asearla en la penumbra y come
despacio, masticando las cinco veces cada bocado.
Su piel es cada día más clara, aún más hermosa que entonces. Perfecta.
Algunas veces sonríe al vacío y deseo, con mucha fuerza, que por fin sea
nuestra, que ya los haya olvidado.