Las pompas flotan despacio desde el saliente del tejado y se cuelan entre los zapatos de mi hermana María. Ella agita los pies para lanzarlas lejos de nuestra fachada y me da un pequeño vuelco. Lo extraordinario de María es que, a pesar de todo, a pesar de vivir en nuestra familia, nunca tiene miedo. Supongo que no le importa morir, pero me coloco detrás y la abrazo con fuerza, por si acaso.
Ahora es ella quien sopla a través del aro y la siguiente burbuja se hace enorme. Con el ingrediente secreto de mamá casi ninguna se rompe, así que esta crece hasta que casi cubre el espacio entre los dos edificios. La superficie es de un color verdoso brillante y cae deprisa. Imagino que mi hermana ha olvidado dentro los empujones del colegio o algún insulto de los gemelos. Cuando olvida golpes dice que se vuelven rojas y los destellos apenas brillan.
Para mí no funciona igual, mis burbujas son transparentes, flotan ante mis ojos sin ninguna prisa y conservo todos mis recuerdos después de jugar. No tengo la magia, por eso me dan miedo las alturas, las pompas rojas y verdes de mi hermana, que mi padre llegue tarde a casa y las cartas certificadas que quema mamá. Y, sobre todo, que mi recuerdo vuele encerrado en jabón sobre la ciudad, como cuando María desenfoca la mirada y me pregunta medio en broma: pero tú quién eres.
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Microrrelato rescatado de una pompa antigua