En todo este tiempo como náufrago, nunca he desaprovechado la ocasión de ahogarme ante el público. En el momento preciso, decido que mi vida no vale nada y salto desde mi acantilado. Me conmueven los gritos de los niños cuando me ven boquear desesperado, manoteando, mientras noto que me voy, que me revientan las venas de los ojos y me falla el impulso de lucha.
Mucho después, algún compañero saca mi cuerpo de la charca y me tiende en la orilla de arena artificial, hasta que me seco del todo y vuelvo a ser el náufrago desarrapado de siempre.
Por algún capricho del guión, parece que hoy no me despierto. Puede que al fin lo haya dado todo.